martes, 2 de junio de 2009

Al final de la zeta.

Me preguntaban por el Zócalo, en ese momento otras personas gritaban "sácalo" al poco tiempo después agregaban "sécalo" , no sabía del Zócalo, ni de lo que iban a sacar como secar. Pero fue suficiente para darme cuenta que la realidad era ambigua. La casa de color azul ya se confundía con el cielo nítido, entonces ignoraba la dificultad de llegar al cielo como a la casa azul. Los arbustos verdes estaban plasmados por la naturaleza, que a su vez cuando quise cojer un fruto noté
que era un mural y, los frutos también tenían el mismo sabor. Los turistas, en poco tiempo olvidados, muy pronto recordados, fumaban ahora un cigarrillo, preguntaban por el Zócalo, y seguían fumando. De pronto civilizaciones extintas saltaban de nuevo
a la vida. Me pareció ver algunos Etruscos y sus viejas costumbres labrando vasijas, elaborando armas, hablando en teoría. Y era como es. El tiempo no había pasado, o ahora dependía de mí. Los cretenses desaparecían para darle vida a Guaycuras que buscaban, cazaban, recolectaban, guardaban alimento, sustento como un respiro.
Es impreciso dar detalles de cuanto veía, abordaban las más extravagantes situaciones en un saludo, en una mirada al viento que chocaba con otra mirada, la misma que se fusionaba para mezclarse con otras, la ceguera de los turistas, la realidad imperante poco a poco era conquistada por fantasías, la gente que antes era gobernada por tiranos se curaba con licor al tiempo que conmiseraba su vida entera,
como el opio, su planta favorita, proyectaban lúcidos sueños, desvanecía la tez, invisibles porque no los vi, a ellos preguntando por el Zócalo, al espacio ocupando lugar.
Del otro extremo, rostros de cartón, reciclados, y disponibles para reciclarlos otra vez, cuantas veces sea necesario, hundirse en un pantano para aparecer en altamar y arrivar a la luna, viajar al sol para traer calor, sumergirse en una nube y beber su agua para ahogarse en la lluvia, reencarnar en un mineral, volver al mar, sal.
Ellos seguían allí, soportando la parsimonia del semáforo que indiscretamente seguía en rojo, indudablemente no había verde, otro cigarrillo, el humo se disuelve en sus rostros apresurados, ansiosos de un color, optaron por amar el rojo, pero este a su vez se acabo, la sangre empezó a correr, la vida en diminuendo, no soportaron más tiempo para volver a amar el deseo de un color, de un verde, adelante, entonces amaron por siempre el rojo, detenidos en la esquina, frente a mí, fumando un cigarrillo, esperaban de nuevo con el ojo saciar la ansiedad, con el tacto cumplir la promesa, el Zócalo frente a ellos, mi navaja en su vientre consumó la devoción de sus deseos.
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