domingo, 25 de julio de 2010

Manzano, el de los jitomates.

Parecería un personaje imaginario: compra soledad como si fuera millonario que su tristeza se enriquece demasiado pero no le alcanza -o le basta, para moverse de la esquina del mercado. Vende jitomates, dos kilos por diez pesos. Dicha verdura la estiba como una verdadera pirámide que se alza más de un metro dentro de su tienda móvil (una carretilla que le sobrepuso una tabla soportando un techo de lona rojiblanco) y la ofrece, sin duda alguna, como la más limpia a la redonda. El producto se embarca en bolsas de asa y su amo les dice adiós con ceremoniosa acción.
Manzano tiene veinte años en S. y P., la esquina más frecuentada por el pueblo. De tez morena, labios gruesos y violetas, un cabello muy ajustado, facciones hoscas pero amigables, sonrisa que parece fingida y escondida y que no aparenta más de treinta pero en realidad de cuarenta, Manzano se muestra todo, menos desaliñado.
Su oferta ha sido ya por dos décadas la misma. Dos por diez. Las devaluaciones, la inflación, la globalización, toda esa maraña económica que poco entendemos a Manzano nunca le ha interesado. También de la misma manera, el montaje del producto nunca lo ha cambiado, es la pirámida, es de un metro. Incluso la ceremonia, persignarse después de cada venta, a la fecha, la misma. Es su tienda junto con su vestimenta, su presencia, una postal que todo transeúnte la lleva en la memoria.
Balbucea por las mañanas, ademanes por las tardes, y se retira con uno que otro gesto. Le apodan esquizofrénico pero la verdad, veo solo chismes de vendedores envidiosos por su éxito. Y si bien un éxito supone llevar a la cima de algo, aunque tú mismo no lo tengas en mente, Manzano ha sabido mantenerse en las faldas de esa cumbre que pretende ser meta para muchos. Por otro lado, se ha hecho el mudo todo este tiempo. Lo entiendo. ¿Quién quiere cambiar información con gente que no inspira mínima confianza? Mejor es hablar para sí mismo, así sea poco lo que haya que decir.
Aunque corpulento y de puños que detonan quijadas, es tranquilo, en suma, inofensivo. Una vez le robaron dos kilos de su mercancía y lo único que hizo fue ofrecerle una bolsa al secuestrador del alimento. Ni siquiera palabra soez profirió. Su calma es digna de admiración puesto que sus vecinos se la pasan de aquí para allá sin asunto alguno, hablando solo de extraños, dando citas con el diablo; Manzano es una piedra cercada por flores, éstas se mueven, él las contempla.
Da la impresión que las ganancias no le quitan o le dan sueño, no se le ha sorprendido haciendo cuentas. Nadie sabe si tiene familia que mantener, vive en el campo, en una choza decente y en buen estado. Todas las mañanas se le ve venir por la avenida de La P., y se le ve desaparecer entre luces, árboles hacia el llano. Sé, de antemano, que no le falta amistad, que cada día de cada año ha comprado kilos de soledad, que en su granja tiene toneladas de amistad.

Ciertas preguntas.

"En el aire hay siempre oculta como una hoja
en un árbol una mujer"  Jaime Sabines


Quién sabe si la dulzura de tu voz
sea el germen del odio entre nosotros.
Qué sería de tu belleza si desnudo
no me resbalara hasta tus piernas.

Dónde estaría mi cuerpo
(tal vez en otro hemisferio)
si no necesitara abrigarte en invierno.

Cuándo comprenderé
que no es tu género
la suma de mi talento
ni una costilla de mi cuerpo
sino la mitad de un universo
ya el espacio,
ya el tiempo,
materia.

¿Por qué tu cuerpo,
el que dejaste dentro de mi organismo,
es como una cicuta
cuando en un sueño te bebo?.
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