viernes, 12 de diciembre de 2008

Ruta 15.

No es muy probable dar con la verdad sobre lo que voy a contar, sin embargo no se aleja mucho de la realidad. Los transportes colectivos aquí en México tienen un sitio importante entre la sociedad. Es una forma de vida como lo es cualquier trabajo que el hombre realiza. Bajo su esfera se envuelven diferentes ideologías, complicadas quizá, sin importancia. Aquí en Salamanca los transportes son únicos. Muchas razones hay para ello. Hoy me ha tocado vivir en la historia de la ruta 15. Esta ruta cruza (como la mayoría de las rutas en el pueblo) toda la ciudad. Su orientación es de Norte a Sur. Yo me encuentro en la parte Norte y, a partir de hoy, viviré con esta ruta más de la mitad de su trayecto. Y puedo hablar de "vivir", como cuando convive uno con un compañero de trabajo, un vecino, un maestro, con alguna persona desconocida y después de un tiempo son medio desconocidas pero al final existe la relación inevitable. Me toca estar sentado poco menos de una hora. Sí, tal vez sea poco para una persona que se traslada en el D.F. donde el tiempo mínimo de viaje es una hora pero la diferencia es que esta ciudad es posiblemente quince veces más chica que el Distrito Federal. Aunque es un alivio no estar en el D.F. En esa hora que transcurre, en un viaje dentro de un pueblo sin ley, advierte la urbe de todas sus características y de los que la habitan. Los transportes colectivos aquí bien nombrados "combis" (de ahora en adelante así le llamaré) abundan como mandarinas en las posadas. No he calculado la cantidad de combis que ruedan sin gravedad por las calles y, con el ojo queriendo evitar calcular exageradamente, podría decir que son alrededor de cien transportes distribuidos en un pequeño villorrio de no más de 8 Km., de diámetro. Las rutas llevan números (lo que a mi parecer se me ha hecho más práctico) pero además llevan algunos garabatos con tinta para calzado o bien, un discreto letrero, indicando el nombre del lugar por donde pasan. Ponen sólo nombres importantes, lugares que el pueblo pueda recordar sin esforzarse, sitios que hasta el más despistado conoce. Yo tomé la que tenía un 15. Los distintos modelos de combis dificulta, muchas veces, al pasaje para distinguir la unidad. Tengo de prueba que un día una señora le hizo la parada a un camión que entrega hielo, por supuesto que, con tanto frío que tenía la camioneta, no dudo en seguir su camino. En realidad hay lo que parecerían camiones urbanos pero recortados unos a la mitad, arreglados otros a lo ancho, tal vez un poco más alto, con tal de dar el aspecto de un informal transporte, la lucha por lo descompuesto. Hay también pequeñas camionetitas que fungen como transportes. A veces la pregunta es qué tanto pueden transportar, pues su pequeño tamaño no deja espacio a más de diez almas, claro que, como buen chofer de algún transporte colectivo, vuelven una lata de sardinas la combi, de ser así necesario. Por una parte las combis en general son de tamaño mediano-pequeño y somos pocos los que llegamos a ver autobuses urbanos. Por otra, lo malo es que de tan chicos que son hay en mayor cantidad y, en general, descompuestas. Existe una ley que infracciona a los automovilistas por no traer la revisión (verificación) que se le hace a su coche donde se le prueban sus luces, refacciones, motor, su escape (qué tanto humo echa). Hay incluso retenes para observar que lo estén cumpliendo, las combis tienen el extraño privilegio de no pasar por estos chequeos. Es el mal más grande. De ser así, no hubiese podido venir a trabajar hoy o, por lo menos, hubiese tenido que pagar taxi porque toda combi estaría detenida por semejante crimen al medio ambiente pero que podemos decir si vivimos en una ciudad refinadora de petróleo. Siendo así con privilegios e indiferencias la ciudad tiene un ingrediente más: harto smog. Dejemos la contaminación por un lado, antes de ser parte de ella.
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