viernes, 6 de marzo de 2009

Cambio de residencia.

La recepción fue formidable. Él creía que sería recibido con silbidos, recordatorios de quién era su madre, objetos no identificados volando sobre la cabeza;no, al contrario, desde que llegó al aeropuerto y fue recogido por una lujosa camioneta hasta el punto de llevar escolta hasta el complejo que lo esperaba, todo cuanto había visto nada de eso se esperaba.
Al llegar a su nueva habitación se percató que el sueño todavía no terminaba. Sí, su aposento medía alrededor de dos metros y medio de profundidad, unos dos más de altura y aproximadamente tres de ancho. Nunca había estado en un dormitorio tan cómodo -se decía a sí mismo- espero que esto dure más de lo estipulado. Su nuevo domicilio contaba entonces ahora con baño, sala, recámara y, lo mejor de todo, una vista hacia el mar. La ventana que le inyectaba el suficiente oxígeno a su desinteresada vida se situaba al norte del edificio estando él colocado en el tercer piso de dicha construcción. Ah! - contrajo un profundo suspiro y en voz alta dijo- allí te observaré majestuoso azul posado por siempre reinando sobre la tierra. Y se quitó de la ventana. No lo podía concibir todo en un día después de estar en cloacas, cuchitriles, cuartuchos que lo invitaban al suicidio, pues ahora moraría en un perfecto paraíso por el resto de sus días. No guardó ni un segundo más y se tumbó sobre la cama. Fue otra de tantas sorpresas. Tardó más en dormir que en olvidar el concreto en que antes reposaba sus agotadas jornadas. Ahora -con mucha ilusión pensó- falta probar el sazón de esta cocina. En esas andaba, escudriñando e imaginando cuando tocan a la reja y un oficial dice "Hora de la comida Galeote, fuera de la celda y las manos en la espalda".
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